Poema ganador en la modalidad de poesía de Bachillerato
Espías en la noche
Vayámonos,
perdámonos,
que nadie oiga nuestros pasos al huir.
Que la lluvia borre con descaro
las huellas del camino,
que nadie pueda seguirnos.
Que el verde día en primavera
sea iluminado con tonos blanquecinos
al oscurecerse el cielo en la noche.
Que nos sintamos culpables
ante la mirada de las espías nocturnas,
las mismas que,
ante nuestra mirada,
resplandecían la noche anterior,
las mismas capaces de unir tus sueños con los míos.
Huyamos ahora que está oscuro.
Busquemos algún lugar perdido,
busquémoslo para perdernos,
perdernos y no dejar huella.
Autora: Montserrat Á. L. (1.º Bachillerato)
Cuento ganador en la modalidad de narrativa de Bachillerato
Extraño pajarito
Retumbaba la música en mis oídos. Le
subía el volumen. Recubría mis miedos con la música, deslizaba mis labios
pronunciando cada verso. Nunca había sido una chica popular, al contrario, me
habían rechazado por no ser explícitamente transparente a la hora de expresar
mis sentimientos. Todo esto empezó desde los seis años, ahora a mis dieciséis
paso página y hago balanza de todo lo que ha pasado en mi vida, nada lo
suficientemente excitante teniendo en cuenta lo que le ocurren a los chicos y
chicas de mi edad. Muchas veces me imagino un mundo en el que de verdad
encajaría, sin ningún ápice de odio, exclusión, solo expresión. Me molesta que
me dijesen que no me expresaba, que era un ser insípido. Claro que me expreso,
mi expresión se hace movimiento en cada nota musical que introduzco en mi
cuerpo y la hago volar. Cambié de canción, necesitaba música más triste,
necesitaba ahogarme, necesita espantar mis males, mandárselos a Hades y que
los exprimiese con más fragilidad, lanzárselo a todo el reprimido que
ingiere maldad pero aspira fantasía, sí fantasía para evadirse.
Eran las 20:35
p.m. tocaba bajarse del tren. A dos calles me esperaba mi mayor delirio, sueño
por el que me había estado machacando durante años. Atravesé ambas calles y entré
en el edificio, en realidad, era un teatro. Lo pisé con énfasis, melancolía,
hastío y por otra parte con ganas. Tenía un humor muy cambiante en ese momento
de nerviosismo. "¡Número 21! - escuché. Solté al suelo mi mochila,
extraí mi ropa para bailar, me recogí el cabello, bebí agua y alguna que otra
bebida isotónica. Estiré y esperé. A los dos minutos más o menos escuché: "Número 22". Salí, me temblaba el cuerpo, puse una canción lírica de
una compositora británica, empecé a girar. Me movía con cierto miedo por el que
dirían, movía mis brazos, alzaba mis piernas, las encogía. Me lancé al suelo,
empecé a ejecutar volteretas que se compenetraban con los giros y en ese
momento me sentía libre, bailaba sin rumbo fijo, sin prestar atención al
jurado, me liberaba y se complementaban con la rabia que desprendía tras tantos
años de dolor. El baile ha sido lo único que nunca me había rechazado, nos
estábamos fusionando la compositora y yo, éramos una, juntas nos entendíamos
mejor, su voz y mi danza convertida en un pequeño ángel que revoloteaba por la
sala, éramos un bonito ángel que se removía entre los obstáculos que le
imponían. Jadeaba, me dolían los pies, pero seguía bailando, me sentía
como un pajarito, no un pajarito normal, uno raro, incomprendido, que se
alejaba de lo común porque es más que eso, es especial. Se acababa la música,
terminaba de deleitar a mi alma aunque sólo fuese por un par de minutos. Me
levanté cogí mi toalla que estaba sobre la silla y me sequé la frente de sudor.
Estaba completamente mojada.
En ese momento, un miembro del jurado se levantó y
me abrazó, no sabía que responder. Los otros dos miembros se limpiaban alguna
que otra lagrimita. Abracé con cariño y delicadeza a ese señor, no podía parar
de llorar, parecían océanos a punto de secarse por la acción del sol, ese sol
era el hombre. En ese momento, los otros dos se levantaron y me abrazaron, me
dieron una carta en la cual expresaba la aceptación a la Escuela de Danza.
Grité de emoción, tras tantos años de martirio, llegaba mi gran oportunidad.
Llamé a mi madre, ella no sabía que estaba aquí, estaba pletórica y algo
furiosa por no saber dónde estaba.
Todo esto me hizo darme cuenta de que debía
valorarme más, sacar mi lado más positivo, ignorar todo lo que me habían dicho
durante tantos años, solo disfrutar y vivir cada momento con frenesí como si
fuese lo último que pudiese hacer. Besé mi carta, la guardé en mi mochila e
hice lo que más feliz y libre me hacía volver a bailar, no podía parar de
bailar de emoción, dentro de mí volvió a florecer ese extraño pajarito y espero
que nunca se marchitarse, nunca, nunca.
M.ª Rocío D. R. (1° Bachillerato)