martes, 30 de mayo de 2017

Ganadores del Concurso Literario (II)

Poema ganador en la modalidad de poesía de Bachillerato

Espías en la noche

Vayámonos,
perdámonos,
que nadie oiga nuestros pasos al huir.
Que la lluvia borre con descaro
las huellas del camino,
que nadie pueda seguirnos.
Que el verde día en primavera
sea iluminado con tonos blanquecinos
al oscurecerse el cielo en la noche.
Que nos sintamos culpables
ante la mirada de las espías nocturnas,
las mismas que,
ante nuestra mirada,
resplandecían la noche anterior,
las mismas capaces de unir tus sueños con los míos.
Huyamos ahora que está oscuro.
Busquemos algún lugar perdido,
busquémoslo para perdernos,
perdernos y no dejar huella.

Autora: Montserrat Á. L. (1.º Bachillerato)

Cuento ganador en la modalidad de narrativa de Bachillerato


Extraño pajarito

Retumbaba la música en mis oídos. Le subía el volumen. Recubría mis miedos con la música, deslizaba mis labios pronunciando cada verso. Nunca había sido una chica popular, al contrario, me habían rechazado por no ser explícitamente transparente a la hora de expresar mis sentimientos. Todo esto empezó desde los seis años, ahora a mis dieciséis paso página y hago balanza de todo lo que ha pasado en mi vida, nada lo suficientemente excitante teniendo en cuenta lo que le ocurren a los chicos y chicas de mi edad. Muchas veces me imagino un mundo en el que de verdad encajaría, sin ningún ápice de odio, exclusión, solo expresión. Me molesta que me dijesen que no me expresaba, que era un ser insípido. Claro que me expreso, mi expresión se hace movimiento en cada nota musical que introduzco en mi cuerpo y la hago volar. Cambié de canción, necesitaba música más triste, necesitaba ahogarme, necesita espantar mis males, mandárselos a Hades y que los exprimiese con más fragilidad, lanzárselo a todo el reprimido que ingiere maldad pero aspira fantasía, sí fantasía para evadirse. 
Eran las 20:35 p.m. tocaba bajarse del tren. A dos calles me esperaba mi mayor delirio, sueño por el que me había estado machacando durante años. Atravesé ambas calles y entré en el edificio, en realidad, era un teatro. Lo pisé con énfasis, melancolía, hastío y por otra parte con ganas. Tenía un humor muy cambiante en ese momento de nerviosismo. "¡Número 21! - escuché. Solté al suelo mi mochila, extraí mi ropa para bailar, me recogí el cabello, bebí agua y alguna que otra bebida isotónica. Estiré y esperé. A los dos minutos más o menos escuché: "Número 22". Salí, me temblaba el cuerpo, puse una canción lírica de una compositora británica, empecé a girar. Me movía con cierto miedo por el que dirían, movía mis brazos, alzaba mis piernas, las encogía. Me lancé al suelo, empecé a ejecutar volteretas que se compenetraban con los giros y en ese momento me sentía libre, bailaba sin rumbo fijo, sin prestar atención al jurado, me liberaba y se complementaban con la rabia que desprendía tras tantos años de dolor. El baile ha sido lo único que nunca me había rechazado, nos estábamos fusionando la compositora y yo, éramos una, juntas nos entendíamos mejor, su voz y mi danza convertida en un pequeño ángel que revoloteaba por la sala, éramos un bonito ángel que se removía entre los obstáculos que le imponían. Jadeaba, me dolían los pies, pero  seguía bailando, me sentía como un pajarito, no un pajarito normal, uno raro, incomprendido, que se alejaba de lo común porque es más que eso, es especial. Se acababa la música, terminaba de deleitar a mi alma aunque sólo fuese por un par de minutos. Me levanté cogí mi toalla que estaba sobre la silla y me sequé la frente de sudor. Estaba completamente mojada. 
En ese momento, un miembro del jurado se levantó y me abrazó, no sabía que responder. Los otros dos miembros se limpiaban alguna que otra lagrimita. Abracé con cariño y delicadeza a ese señor, no podía parar de llorar, parecían océanos a punto de secarse por la acción del sol, ese sol era el hombre. En ese momento, los otros dos se levantaron y me abrazaron, me dieron una carta en la cual expresaba la aceptación a la Escuela de Danza. Grité de emoción, tras tantos años de martirio, llegaba mi gran oportunidad. Llamé a mi madre, ella no sabía que estaba aquí, estaba pletórica y algo furiosa por no saber dónde estaba. 
Todo esto me hizo darme cuenta de que debía valorarme más, sacar mi lado más positivo, ignorar todo lo que me habían dicho durante tantos años, solo disfrutar y vivir cada momento con frenesí como si fuese lo último que pudiese hacer. Besé mi carta, la guardé en mi mochila e hice lo que más feliz y libre me hacía volver a bailar, no podía parar de bailar de emoción, dentro de mí volvió a florecer ese extraño pajarito y espero que nunca se marchitarse, nunca, nunca.

M.ª Rocío D. R. (1° Bachillerato)